Mensajes a Ana en Mellatz/Goettingen, Alemania
martes, 8 de diciembre de 2015
Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.
Nuestra Señora habla después de la Santa Misa Sacrificial Tridentina según Pío V a través de su instrumento e hija Ana.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo Amén. Hoy hemos celebrado la Fiesta de la Inmaculada Concepción, la gran fiesta de la Santísima Madre. Para esta fiesta se le regaló un enorme y hermoso ramo de rosas blancas con cálices azules, igual que la Virgen me lo regaló a mí. El altar de María estaba decorado con estas rosas y con velas. Muchos ángeles estaban presentes. Un hermoso perfume de rosas llenaba toda la sala. Las velas ardían y brillaban con una luz anaranjada. Durante la Santa Misa de Sacrificio, la Virgen se alegró especialmente de que le concediéramos el honor de esta fiesta con una devoción mariana de una hora, la hora de gracia.
Nuestra Señora dirá: Yo, vuestra Madre Celestial, hablo ahora y en este momento a través de Mi dispuesta, obediente y humilde instrumento e hija Ana, que está enteramente en Mi Voluntad y hoy repite sólo Mis palabras.
Yo, tu Madre Celestial, te doy especialmente las gracias, Mi pequeña amada, porque hoy se te ha permitido soportar el sufrimiento del Salvador. Cada una de tus lágrimas ha sido un tesoro para el Salvador. Yo he sufrido más, pues cómo no va a sufrir una Madre Celestial cuando su hijo más querido lleva este dolor el día de Mi fiesta. Qué valiente fuiste, hijita Mía, qué valiente, porque sentiste la soledad y el abandono. Mis lágrimas no cesaron hoy y se convirtieron en un pequeño chorro de sangre cuando caíste de rodillas. Has caminado por esta encrucijada con valentía y coraje. Mi Hijo Jesucristo sufrió con Su madre contigo porque tú también experimentaste hoy Su caída, Su soledad y abandono.
Gracias, querida pequeña Monika, por tu compasión, por tus lágrimas. Fuiste la única que sintió profundamente este sufrimiento. No pudiste evitar compadecerte. Tu corazón estaba lleno de pena. Has suplicado a tu Madre Celestial que aleje este sufrimiento de tu pequeña alma de expiación. Pero yo, como Madre Celestial, te digo que este sufrimiento era precioso. Precioso porque fue aceptado por mi pequeña. Eran lágrimas de amor, porque ella seguía rezando en el torrente de lágrimas y no dejaba de sacrificármelo todo a Mí, la Madre Celestial, para recorrer el Vía Crucis Conmigo, el día de Mi fiesta.
Yo soy la Inmaculada Concepción Como Inmaculada Concepción fui concebida por Mi Madre Ana. Y vosotros también habéis honrado hoy a esta Madre Ana con la oración y el canto de la Madre Ana. Gracias también por esta oración. Gracias por la hora de gracia, gracias por Mi fiesta que me has dado hoy.
El amor estaba en tu corazón, Mi pequeña amada. Llorabas y no sabías a dónde ir con tu desesperación. Esta soledad era difícil de soportar y, sin embargo, dijiste sí a tu Salvador y Creador, a tu queridísimo Jesús, por quien lo sacrificaste todo. Gracias.
Sí, el maligno estaba implicado. El maligno habría estado agradecido si no hubieras recibido hoy este mensaje. Quería derrocarte porque se dio cuenta de que tu fuerza estaba llegando a su fin. Estabas al borde de la impotencia y, sin embargo, dijiste: «Sí, Padre, yo también sobreviviré a este mensaje. Te sacrifico estas soledades». Quise levantar la cruz, amada Mía, para que no te pareciera tan difícil. Tu queridísima madre estaba contigo. Estabas rodeada de muchísimos ángeles. Y Yo, como Madre Celestial, quiero darte las gracias a ti y a tu pequeña alma expiatoria Monika por esta compasión.
Aquel que realiza oraciones y no siente compasión, su alma está fría, y las oraciones ciertamente no serán fructíferas, especialmente para los sacerdotes. Los sacerdotes saben por qué tienen esas conversaciones sin sentido en el confesionario. Siempre se les da lo mismo. Deberían sentir lástima, y no quieren eso. Les resulta más fácil tener un discurso preparado para ser populares. Pero se hacen impopulares porque carecen de esa compasión. Sus corazones ya están fríos. Sí, así es, mi querido pequeño.
Hoy se te ha permitido sentir este frío. Pero te agradezco tu valentía y tu coraje. Aún así rezaste y no te rendiste. También te doy las gracias por la Santa Confesión, porque has dicho que ahora debes decir todo lo que hay en tu corazón. Estabas desesperada y pensabas que no podías continuar. Y entonces vino tu queridísima madre y te consoló. Te secó las lágrimas de los ojos.
Tú también sentirás este sufrimiento mañana, porque el Salvador lo necesita por muchos, muchos hijos de sacerdotes que no quieren que la Santa Fiesta del Sacrificio se celebre por fin en el Rito Tridentino según Pío V. No, no les gusta. No se arrepienten de corazón. Al contrario, tu queridísima madre sigue llorando amargas lágrimas por ella.
Te doy las gracias, queridísima pequeña, por haber sufrido con el Salvador en el Vía Crucis, por haber estado allí cuando el Salvador te necesitó, y por decir tu sí dispuesto incluso hoy, porque éste fue el sufrimiento de amor del Salvador. Te quiero. También quiero dar las gracias a mi alma de expiación Monika por su compasión.
Te bendice ahora a ti y a todos tus seguidores y a todos los que creen y confían en los mensajes, al Salvador con tu queridísima Madre Celestial, con todos los ángeles y todos los santos, especialmente hoy con tu querida Madre Ana y las preciosas lágrimas del Salvador, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
El amor del Salvador te impulsa y tú avanzas, no hacia atrás, sino hacia adelante. Amén.
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